Pasaron 37 años desde aquel nacimiento. El miércoles 24 de julio de 1987 nació en el Hospital Italiano Garibaldi de Rosario, Santa Fe, Argentina, el bisnieto de un señor italiano que pisó tierras remotas en 1883. Pesó cerca de tres kilos y midió 47 centímetros. Su signo del zodíaco es cáncer y en el horóscopo chino es conejo. Ya tenía dos hermanos, Rodrigo y Matías. Aún en la familia Messi de papá Jorge y mamá Celia -él empleado de una fábrica, ella empleada de limpieza- no había nacido la mujer: luego llegaría María Sol. Se crió en el barrio La Bajada pateando una pelota. Pasaron 37 años desde ese comienzo. La vida de muchos no es la misma. La de los argentinos menos.
Lionel Andrés Messi vuelve a cumplir años en la intimidad de una competencia, lejos de la familia que formó con su esposa y sus tres hijos, cerca de la familia que formó con sus amigos y compañeros. Del pequeño chiquito del club Grandoli al monstruo que es récord de cuanta estadística se le cruza con la camiseta del Barcelona o con la selección argentina.
El rosarino se inició a los cinco años en el club del barrio. La pelota y sus habilidades tuvieron un flechazo inmediato. El 30 de marzo de 1994 dio el siguiente paso: fichó en las inferiores de Newell’s, el club de sus amores. Allí su nombre comenzó a tomar trascendencia poco a poco. Una pulga era imparable.
Ese apodo relacionado a su estatura fue también el que marcó su partida de Rosario y que dejó inconcluso el sueño de debutar como profesional con la camiseta de la Lepra: el Barcelona se ofreció a pagarle el tratamiento para los problemas de crecimiento cuando apenas tenía 13 años. Poco a poco, la historia se empezó a forjar sola.
El 16 de octubre del 2004 tuvo su debut con el elenco catalán y el primero de mayo del 2005, frente a Albacete, llegó su primer grito oficial. Claro que antes, el 29 de junio del 2004, la selección argentina había logrado asegurarse a un hombre que sería el líder del equipo durante las décadas venideras: se estrenó con la Sub 20 Albiceleste en un recordado amistoso contra Paraguay que solo sirvió para asegurarse de que Messi fuese más argentino que de otros, como si hiciera falta.
Lo que vino después es historia, es récord y es memoria emotiva. Atravesó la vida de cientos de millones de personas que crecieron viéndolo ganar títulos y trofeos personales, y que deseaban que no ganara el Barcelona, el Inter Miami o Argentina, sino que ganara él. Si lo que hizo hasta 2022 había sido monumental, lo que pasó después en diciembre de ese año lo elevó al altar de las divinidades. Cuando ganó la Copa del Mundo de Qatar 2022, lo primero que hizo fue decirle a su familia con un gesto elocuente y universal que ya estaba, que lo había conseguido, que no necesitaba nada más. Se engañaba: sigue necesitando ganar, sigue queriendo ganar.
La habitación del hotel donde se concentra Argentina ya no la comparte con su amigo Sergio Agüero sino que duerme solo. Se despertó esta mañana con 37 años en Nueva Jersey, donde el plantel argentino que está disputando la Copa América entrenará en el Red Bull Arena de cara al partido del martes, cuando enfrentará a Chile desde las 22:00 en el MetLife Stadium. Un nuevo objetivo para el cumpleañero que ya tiene en su historial ocho balones de oro, cuatro premios The Best, 34 conquistas con el Barcelona entre ligas, supercopas nacionales y continentales, copas del rey, mundiales de clubes y Champions Leagues, tres con el PSG, una con el Inter Miami y las cinco con Argentina: Mundial Sub 20 del 2005, los Juegos Olímpicos 2008 en Pekín, Copa América 2021, Finalissima 2022 y la Copa del Mundo 2022. A los 37 años, va por su título número 44.
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