En 2012, Diane Staudte aparentaba tener una vida ordinaria en Springfield, Missouri. Era enfermera, participaba activamente en su iglesia y sostenía a su familia de seis hijos. Además, su esposo, Mark Staudte, era músico local y se ocupaba del cuidado de la familia.
Por infobae.com
Sin embargo, esa fachada se derrumbaría de manera macabra, revelando una historia de terror y envenenamiento que sacudiría la comunidad.
La tragedia comenzó en abril de ese año, cuando Mark Staudte, de 61 años, murió de manera repentina. Según Diane, su esposo se había sentido mal durante días, pero se había negado a ir al hospital. Con un historial de problemas de salud, su muerte fue atribuida a causas naturales, lo que permitió a Diane recibir una considerable compensación del seguro. Con ese dinero, adquirió una nueva casa, lo que inicialmente parecía un paso adelante para la familia. Pero la desgracia no había hecho más que empezar.
Cinco meses después, en septiembre de 2012, la familia Staudte fue golpeada por otra tragedia. Shaun Staudte, el hijo autista de 26 años, fue encontrado muerto en su habitación. Diane explicó que Shaun había mostrado síntomas gripales y tenía antecedentes de convulsiones, lo que llevó a los médicos a concluir que había fallecido por problemas médicos preexistentes. Sin embargo, una denuncia anónima señaló a Diane como posible sospechosa, aunque la autopsia no encontró pruebas concluyentes que indicaran un crimen. La comunidad estaba conmocionada, pero aún no imaginaba la magnitud de los horrores que se avecinaban.
El verdadero giro en esta macabra historia ocurrió en junio de 2013, cuando Sarah Staudte, de 24 años, fue llevada de urgencia al hospital por su madre y su hermana Rachel. Sarah presentaba insuficiencia orgánica y hemorragia cerebral, síntomas que dejaron perplejos a los médicos. Sin una causa clara a la vista, comenzaron a sospechar de un posible envenenamiento. Poco después, un informante anónimo, que resultó ser el pastor de la familia, acusó a Diane de estar detrás de las muertes de Mark y Shaun, y del estado crítico de Sarah. El pastor Jeff Sippy, en una entrevista para ABC News, expresó sus dudas sobre la naturalidad de las muertes: “No había nada en mí que creyera que se trataba de causas naturales”.
Sin embargo en abril de ese año, todo cambió para siempre. La familia Staudte de Springfield, Missouri, comenzó a ser víctima de una serie de desgracias inolvidables, con la repentina muerte del padre de la familia, Mark Staudte, de 61 años. Diane, su esposa, informó a las autoridades que Mark se había sentido mal, pero había rehusado ir al hospital. Con un historial de vida poco saludable, su fallecimiento fue atribuido a causas naturales, permitiendo a Diane recibir una compensación del seguro con la cual compró una nueva casa.
La confesión
Los médicos comenzaron a considerar la posibilidad de envenenamiento. El 20 de junio de 2013, la policía interrogó a Diane Staudte. Al principio, la mujer negó cualquier implicación en las muertes de su esposo e hijo, así como en la condición crítica de su hija. Pero las evidencias y las sospechas crecientes resultaron insostenibles. Finalmente confesó un acto tan frío y calculado que dejó a la comunidad estupefacta: admitió haber envenenado a su esposo, a Shaun y a Sarah con anticongelante, mezclándolo en las bebidas deportivas de Mark y en los refrescos de sus hijos.
Las razones detrás de los crímenes eran tan perturbadoras como los propios actos. Diane explicó que odiaba a Mark por su comportamiento violento y abusivo. En cuanto a Shaun, lo consideraba una carga debido a su autismo, y a Sarah la envenenó por no tener empleo y estar endeudada. Estas motivaciones revelaron un nivel de desprecio y frialdad difícil de comprender.
Durante el registro del hogar de los Staudte, la policía encontró un diario perteneciente a Rachel Staudte, la hija de Diane, que contenía detalles reveladores sobre los crímenes. El diario mostraba que Rachel no solo estaba al tanto de los planes de su madre, sino que también había ayudado en la planificación.
En una entrada fechada en 2011, Rachel escribió sobre cómo su padre y su hermano “pronto dejarían de ser una molestia”. Inicialmente, Rachel negó cualquier implicación en los crímenes, pero finalmente confesó haber ayudado a su madre a investigar métodos de envenenamiento y a administrarlos.
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