Esta histórica misión coloca a China en ventaja sobre Estados Unidos en la que ya es una carrera espacial, en la cual Rusia se ha asociado al proyecto chino. Al parecer estamos ante una reedición de la competencia escenificada el siglo pasado por EE.UU. y la Unión Soviética. En aquel entonces, la carrera, julioverneana, era por ver quién llegaba primero al satélite, tal logro, como recordamos, correspondió a los astronautas norteamericanos de la misión Apolo alunizados en 1969. En esta ocasión, la competencia es bastante más ambiciosa: establecer bases permanentes en lo que ambos consideran la localización más estratégica, el polo sur de la Luna.
Desconocemos el alcance y los límites de una futura apropiación de recursos naturales o colonización del astro satelital por nosotros los terrestres, algo que ya no parece tan de ficción. Sin necesidad de una intensa reflexión, una misión de esta naturaleza debería ser de la incumbencia de la humanidad entera, tanto como el cambio climático, las tecnologías disruptivas como la Inteligencia artificial o la biotecnología, temas para la cooperación global, que exceden intereses particulares de nación alguna.
Pero no es así, para continuar nutriendo el obituario del raciocinio del Homo Sapiens –pensando a la luz de Yuval Harari– ya comienza a tomar forma el esbozo de una guerra fría lunar entre superpoderes rivales por el dominio estratégico del satélite.