Con el acto político del domingo en la Universidad Central de Venezuela, se estremecen de nuevo los pruritos académicos contra la realización política pragmática. Como si la universidad y los universitarios pudieran generar y transmitir conocimientos aislados de la realidad circundante. Política y universidad resultan indivisibles. Lo que haga una afecta a la otra. ¿No se nota materialmente el desprecio del régimen político actual en cada universidad del país? ¿Podía la UCV sustraerse antihistóricamente de lo que en política hoy con crudeza nos ocurre?
Conocido e inolvidable episodio de esos dilemáticos planteamientos están anotados en la historia desde el inicio de nuestra nación. Cuando Vargas sobrepone las leyes y la justicia ante el levantisco Carujo, quien lo increpa con la valentía que dan las armas, percibimos ese enfrentamiento muy similar al que ahora nos ocurre. El poder del régimen actual no se sustenta evidentemente en las leyes y la justicia, se sustenta contra ellas, por guapetones armados que esquivan todo acuerdo nacional e internacional por el respaldo que tienen al haber secuestrado para sí todos los poderes, empezando por el poder de las armas y el poder policial del Estado.
La Revolución de las Reformas nacida en 1835 fracasó entre muchas otras razones porque frente a ellas había un civil, un civil que resultó electo y creía en el orden social y político que da el estamento legal, la justicia. Fue exiliado hasta cuando Páez, pese a su derrota electoral, porque su candidato ante Vargas era Soublette, lo mandó a reponer en el cargo para el que fue electo. Medió luego para procurar la paz de la República, pero respondiendo con las armas al orden legal establecido. Fíjense bien los militares actuales en esto como hecho histórico digno de evaluar.
Ahora bien, hoy también resulta increíble el prurito de algunos universitarios ante el acontecer político, como si les diera asco, como si la política, que por cierto se enseña en las universidades con denuedo, le fuera ajena a la universidad y viceversa. Nada menos el primer civil y electo fue rector de nuestra máxima casa de estudios. Metido de lleno en la curtimbre política, hasta arriesgando su vida y la de su familia por el devenir de la nación. Se me dirá que eso fue en el siglo XIX y que la universidad y los países modernos actúan de otro modo en el que separan la academia del intrascendente accionar político momentáneo. Pero, ¿es que ya superamos a Carujo? ¿Ya hicimos entender desde la universidad la importancia del respeto de las leyes y la justicia? Si así fuera no habría en vigencia las innumerables denuncias y la investigación abierta en la Corte Penal Internacional contra los delincuentes en el poder.
Ni la universidad es ajena al acontecer político, ni para la política resulta ajena la universidad que debe contrarestarla como su contrapeso natural. El mundo es del hombre justo, siempre que el valiente por las armas que le otorga la República para su cuidado no ande con carujadas permanentes. Falta mucho por entender finalmente aquí, pero el acto del domingo pasado en la UCV revive todos esos aspectos afortunadamente, los reaviva para que sepamos de su vigencia y procuremos nuevamente unas elecciones que nos liberen de la toma por las armas de la República, como un retorno a la civilidad separada del nefasto Carujo envalentonado como un malandro sin control.