¡Espectacular! Así es en la vida real el Palacio de Neuschwanstein, que inspiró el logo de Walt Disney y el castillo de La Cenicienta

¡Espectacular! Así es en la vida real el Palacio de Neuschwanstein, que inspiró el logo de Walt Disney y el castillo de La Cenicienta

Palacio de Neuschwanstein, en el sur de Baviera, que inspiró el logosímbolo de Walt Disney y el castillo de La Cenicienta | Foto: iStock

 

 

 





A Luis II de Baviera le llamaron ‘rey loco’ porque es quizás el mejor calificativo para englobar lo que padecía de forma casi enfermiza: nostalgia, amor por cualquier manifestación artística y pasión por las tendencias que llegaban de la vecina Francia. Concentrar su legado en una palabra tan usada, tan expedida para quien camina fuera de la norma, puede olernos a recurso fácil, pero funciona con tirón de eslogan y sirve para que toda una provincia vierta sobre él la atracción de lo excéntrico. Hasta este rincón de Alemania se acercan miles de curiosos para encontrar los ecos de lo que este monarca precoz diseñó a capricho. Tal buceo en su intimidad abruma en dos dimensiones. En la personal, en la cual se accede a sus inquietudes más ocultas, y en la monumental, en la que se paladea la inmensidad del paisaje, la materialización de una mente en ebullición.

Por Semana

 

Vista aérea de Herrenchiemsee, palacio que pretendía imitar a Versalles, en medio de la isla homónima, a 80 kilómetros de Múnich. | Foto: Foto: Getty Images-Altmodern

 

Múnich es centro de mando de la dinastía que encabezó nuestro protagonista. Los visitantes que caminan por esta ciudad de un millón y medio de habitantes se debaten entre las tabernas y los palacios. Hay quienes —diríase en una apreciación empírica— por las primeras. De vez en cuando, bajo los capiteles, se escucha una exclamación que devuelve a ese pasado reciente: “¡Este tipo no estaba bien del todo!”. Para acompañar a semejante afirmación habría que darle unas pinceladas de contexto: Luis II (en realidad, Luis deWittelsbach) era hijo de Maximiliano II de Baviera y la princesa María de Prusia. Nació en 1845 y comenzó su reinado en 1864, con solo 18 años.

Junto a su hermano Otto, se encargó de este estado, el mayor de los 16 que componen la actual Alemania. Por el influjo galo y las características del entorno —en el arranque de los Alpes, a un paso de Suiza o Austria—, siempre se consideró a esta superficie de 70.550 kilómetros cuadrados como una república distinta. Luis II vivió esa excepcionalidad, queriendo llevarla al límite: para mantenerse como un “enigma”, según dejó escrito, dormía por el día y realizaba las tareas cotidianas por la noche. “No estaba cómodo con la gente. Le gustaba estar solo”, apunta alguien que, asegura, debe mantener el anonimato. Recorrer desde su nacimiento hasta su muerte —ocurrida en 1886, en extrañas circunstancias—, supone saltar de loma en loma viendo las edificaciones que emprendió. También significa zambullirse en el espíritu de esta región, en un paisaje cincelado como una maqueta que a menudo abruma con su silencio.

 

Carroza imperial en estilo rococó. | Foto: Foto: iStock

 

La primera parada es el Palacio de Nymphemburg, a las afueras de Múnich. Aquí se conserva la habitación en la que fue concebido: los muebles tienen un toque áspero, las sábanas plisadas lucen un verde de brillo añejo y los bustos en escayola de los dos vástagos. Huele a barniz y ácaro. Unos pasillos asépticos permiten caminar entre algunos carros o trineos que utilizó el rey en sus traslados: los hay lujosos, con cuadros pintados a los lados, faroles dorados y florituras en los adornos, para los actos públicos, y más sencillos y dinámicos para ganar velocidad a la hora de moverse. El bautizo tuvo lugar al borde de sus jardines, más sobrios que los que vendrían a continuación y por donde uno se cruza con parejas de plano en mano o con vecinos corriendo en mallas. Fue la salida de este registro sobrio y la adquisición temprana del trono la que le llevó a encontrar refugio en otras partes. Tres castillos más complementan su faceta arquitectónica.

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