El exfrancotirador de la Policía de Nicaragua Fanor Alejandro Ramos asegura que nunca lo “doblegaron”, pese a la tortura física y psicológica a la que fue sometido durante casi cinco años preso por haberse negado a ser “paramilitar”.
Una semana después de su llegada a Guatemala, junto a otros 134 nicaragüenses, se mantiene optimista pese a sus lesiones, al destierro dictado por el Gobierno de Daniel Ortega y dice que su anhelo es que vuelva la democracia a su país.
“Con una pluma no me quitaran el orgullo de ser indio, trompudo, feo y güegüense, hijo de Tamagastad y Cipaltonal, hermano de Quetzalcóatl”, sostiene Ramos a EFE al ser consultado sobre el retiro de la nacionalidad que dictaron las autoridades nicaragüenses contra los 135 excarcelados políticos que llegaron a Guatemala el pasado 5 de septiembre.
Ramos, de 52 años, gruñe del dolor constantemente durante la entrevista. Tiene una molestia permanente en su coxis desde febrero de 2023 debido a la golpiza que asegura recibió cuando fue trasladado desnudo, engrilletado de pies y manos a la celda 26 del “infiernito”, como se refiere a la sección de la cárcel de máxima seguridad ‘La 300’, donde estaban otros presos políticos, como el obispo Rolando Álvarez.
El expolicía, con una carrera de 25 años, fue detenido en diciembre de 2019 acusado de pertenecer a una red de crimen organizado, algo que niega, y condenado a ocho años de prisión por supuestamente almacenar más de 300 kilos de cocaína, en un proceso penal que la Corte Interamericana de Derechos Humanos señaló de estar plagada de irregularidades.
Persecución y tortura
Ramos asegura que su detención fue porque se negó a formar parte de un “grupo paramilitar” que actuaba con la aquiescencia de la Policía y el Gobierno para reprimir a los manifestantes.
“En el estallido social de las protestas de 2018, mi hijo estudiaba ingeniería mecánica en la Universidad Nacional de Ingeniería. Salió a manifestar el 19 de abril y le metieron una posta de escopeta en la rodilla derecha. Me duele la sangre de mi hijo. No podía prestarme a ser parte de algo igual”, explica el exfrancotirador, quien tras lo sucedido tuvo que buscar la forma de sacar al exilio a sus dos hijos mayores.
Pero la persecución contra Ramos inició desde 2010 cuando fue dado de baja de la institución policial. “Me dijeron que era por falta de idoneidad, pero es absurdo porque un año antes me dieron un reconocimiento que se llama la medalla del valor”, que es un honor que se le otorga a los elementos policiales que han puesto en riesgo su vida en algún operativo.
En aquel entonces, el expolicía ya criticaba abiertamente al régimen de Ortega y le acusaron de “traidor”. “Decían que era parte de la inteligencia americana y que tenía un plan para matar al presidente. Se inventaron toda una novela en mi contra”, cuenta.
“La persecución que tuvieron en mi contra tantos años, mi despido y la tortura a la que me sometieron, es por causas políticas claramente”, señala.
“La tortura es el pan diario allá adentro (…) pedía analgésicos para el dolor y el director de la cárcel me llegó a decir que si seguía pidiendo pastillas me iban a golpear”, afirma Ramos.
“Habían unos 40 a 45 grados centígrados en esas celdas. Era un infiernito. Muchos se desmayaban en las noches. Además (permanecíamos) desnudos y engrillados de pies y manos siempre. Es una cosa horrible y no dejo de pensar en los compañeros que siguen sufriendo todo eso”, relata.
Ramos dice que recibió decenas de golpizas e hizo resistencia soportando hasta 28 días de huelga de hambre y perdió más de 60 libras de peso durante su tiempo en prisión.
En busca de justicia y reencuentro familiar
Ahora que goza de libertad y que se encuentra en Guatemala, le ilusiona conocer a una nieta que vive en España y estar con su esposa que está en Estados Unidos, “que no he visto en tantos años”.
Ramos, junto a los otros 134 excarcelados, permanecen en un hotel de Ciudad de Guatemala gestionando con la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) solicitudes de asilo. En el caso del expolicía aspira a poder reencontrarse con su familia en Estados Unidos.
“Creo firmemente en que es posible hacer justicia, demostrar cómo el Estado nicaragüense violentó todos mis derechos, me secuestraron y me torturaron”, explica Ramos, quien asegura que buscará por medio de la justicia internacional que el régimen de Ortega sea responsabilizado.
En medio del dolor y las secuelas del encarcelamiento, Ramos se mantiene optimista en que podrá regresar a Nicaragua. “Volveré a mi pueblo por aquel camino sembrado de ayeres, ranchos y dolores, como dice la canción de Luis Enrique Mejía”, sentencia Ramos.
EFE