A grandes rasgos, en Venezuela y en cualquier parte del mundo, la propuesta ideológica de todo partido con vocación de poder, constituye la aplicación concreta de los principios y valores que le forman. Genera trascendencia, identidad e identificación a través de un discurso que es celoso de su coherencia y su profundidad cuando se aspira a la dirección del Estado para impulsar las transformaciones históricas que el país demanda. Esto que fue muy típico del siglo XX, ya no parece tanto porque hay movimientos de opinión antes que partido. Asimismo, existen individualidades a las que les importa un bledo esas transformaciones. Lucen extraordinariamente oportunistas, comienzan y terminan con las ambiciones de líderes narcisistas que se mueven como pez en el agua en las redes sociales, pero carecen de la sensibilidad por la suerte de los más desfavorecidos, y, en lugar de estudiar y responder a la realidad, son entes superficiales que creen que la vida pública y, específicamente política, es como un campeonato, una feria, o simplemente es la hoguera de las vanidades.
Por supuesto que proyectos muy bien concebidos y trabajados en los tiempos remotos, como la socialdemocracia, el liberalismo, la democracia cristiana, el marxismo (los más destacados del siglo XX), en buena medida se llevaron a cabo y exigen todavía una urgente actualización. En mi caso personal, sostengo que la alternativa socialdemócrata o el socialismo democrático, tiene una extraordinaria vigencia. Sin embargo, el régimen actual ha rayado el término de socialismo, creyéndolo del siglo XXI, cuando todo el mundo sabe las características de la crisis humanitaria compleja que sufrimos, y los niveles de sojuzgamiento del pueblo venezolano. Razones de sobra tuvieron por ejemplo Karl Kautsky y Edward Bernstein, cuando cuestionaron la propuesta comunista y predijeron un monumental fracaso, como en efecto se dio y lo simbolizó la caída del muro de Berlín en los años ochenta. Razones de sobra tuvo Rómulo Betancourt, y la pléyade de dignos venezolanos que le acompañaron con el Plan de Barranquilla, al negarse a hacer causa común con los leninistas de entonces.
Lo ideológico sirve como el sonar de un submarino que explora e interpretar las realidades. Permite reflexionar, debatir y aportar las propuestas para el cambio social, pero también para saber cuándo otras propuestas son un engaño, una estafa, una gran mentira. En este sentido, desde antes de que se hiciera del poder, ya sabíamos del propósito chavista, y venezolanos de una extraordinaria formación político así lo advirtieron, así como ahora alertamos que la respuesta al fracaso de este llamado socialismo del siglo XXI, es la socialdemocracia moderna y modernizadora y no el capitalismo salvaje, en un régimen de libertades reales y convincentes.
Esto que ha ocurrido en Venezuela, sin duda alguna, sucedió por no haber encendido el sonar a tiempo y haber caído en un ardid ideológico que ha traído como consecuencia para la población un desencanto hacia la política, y un desgaste y una descomposición de los partidos, en parte como resultado del caudillismo que tiene como principio el impulso y guía de un líder carismático que busca transgredir de forma sistemática los principios democráticos con la finalidad de perpetuarse en el poder. Con esto en mente, y bajo un modelo populista se procura alcanzar un poder político unificado, subrogándose sobre el resto de las instituciones democráticas.
Hoy más que nunca, en estos momentos tan difíciles que vive el país, es de suma importancia que realicemos un ejercicio ciudadano donde podamos distinguir entre la demagogia y la racionalidad, para la obtención del poder sin escatimar en los principios y en la ideología que es fundamental para encaminar la política del país. Sin búsqueda de atajos como ocurrió a finales de los años noventa, cuando la antipolítica y una falsa ideología nos trajeron como consecuencia la descomposición social y política que vivimos hoy.
@freddyamarcano