Cuando ya era un autor consagrado – y millonario – Zane Grey solía relatar la anécdota con una semisonrisa dibujada en la cara. Contaba que, a los 15 años, después de escribir febrilmente en unas hojas que había arrancado de un cuaderno escolar, le llevó su primer cuento a su padre para que lo leyera y que Lewis – así se llamaba el progenitor – apenas le echó una mirada al texto antes de romper las hojas en pequeños pedazos que fue tirando al suelo. “¡Dejate de estupideces, vos vas a ser dentista como yo!”, le gritó.
Por infobae.com
Corría 1887 y eran tiempos en que un hijo de familia de clase media estadounidense bien constituida rara vez desobedecía a sus padres, de modo que Zane terminó siendo sacamuelas para cumplir con el mandato familiar y también para ganarse la vida porque le había entrado eso de que con los libros no se come que solía repetirle el doctor Lewis.
Fue el casamiento con una chica de familia adinerada lo que cambió su destino y le permitió convertirse en uno de los autores más prolíficos y leídos de la literatura popular estadounidense. Publicó más de noventa novelas del Oeste con cowboys y pistoleros. Y se hizo más más de una decena de películas basadas en ellas. En la Argentina sus aventuras se publicaron durante décadas en un formato de bolsillo – el mismo de las novelas románticas de Corín Tellado – exclusivo para su venta en los kioscos de diarios y revistas.
Gris perla
Zane Grey nació como Pearl Zane Gray en Zanesville, Ohio, el 31 de enero de 1872 y desde que tuvo uso de razón odió su primer nombre. Es que el doctor Lewis, el papá dentista, y mama Alice, ama de casa, lo eligieron inspirados por el color del luto elegido por la reina Victoria, gris perla (pearl gray), que al salirse del tradicional negro era la comidilla de las noticias de la época. Al chico le sonaba femenino y apenas pudo exigió que lo llamaran por el segundo apelativo, algo que logró con sus amigos pero nunca con papá y mamá. A ellos jamás les perdonó que lo bautizaran con un nombre que lo condenaba a las burlas de sus compañeros, eso que hoy llamamos bullying.
Fue el tercero de los cuatro hijos del matrimonio y, como sus hermanos, heredó el gusto por las dos pasiones del doctor Lewis Gray, la pesca y el baseball. Sin embargo, a diferencia de los otros vástagos del dentista, también le gustaba leer, y mucho. Gastaba el poco dinero que le daban sus padres para golosinas en comprar las novelas de aventuras que en sus formatos más baratos costaban diez centavos de dólar y sacaba de la biblioteca de la ciudad las que no podía comprar. Así creció admirando por igual a personajes como Buffalo Bill y Robinson Crusoe, y a escritores como James Fenimore Cooper, en especial por su novela El último de los mohicanos, y Walter Scott, de quien leía y releía El Pirata e Ivanhoe.
Todo eso había leído a la tierna edad de 15 años, cuando inspirado en sus autores favoritos se propuso escribir su primer cuento y recibió aquella inolvidable y alentadora respuesta de su padre. Para el doctor Lewis estaba bien que Pearl dedicara sus ratos libres a pescar en el río y a jugar al baseball, pero el resto del día debía dedicarlo a estudiar para llegar a ser dentista, el futuro que le había marcado. Eso de escribir era malgastar un valioso tiempo.
Llegó a ser un pescador eximio – más tarde escribió cuentos y libros prácticos sobre el tema – y también se le daba bien el deporte del bate y la bola. Tanto que gracias a su habilidad como beisbolista, cuando terminó la secundaria en Zanesville consiguió una beca para estudiar en la Universidad de Pensilvania. Odontología, por supuesto.
En 1896, cuando se recibió de dentista, decidió emigrar para abrir un consultorio en Nueva York, no porque creyera que allí tendría una clientela más amplia sino para estar cerca del mundo en el que ambicionaba entrar con los textos que nunca había dejado de escribir, el de los escritores y sobre todo el de los editores.
Terminó su primera novela en 1902, después de un arduo trabajo, y con ella recibió un duro golpe: coleccionó, uno detrás de otro, el rechazo de todos los editores a los que se la presentó. Mientras tanto, seguía curando caries y cuando podía hacía alguna excursión de pesca. Precisamente estaba pescando en el río Delaware cuando en 1905 se cruzó con la mujer le permitiría cambiar el curso de su vida.
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