A principios del siglo XX, las estrellas eran un misterio entre poesía y conjeturas científicas. En un cielo que servía tanto de brújula como de lienzo para mitos, pocos imaginaron que se convertirían en una ventana al origen del universo. Pero en 1925, una mujer de 24 años desafió las creencias predominantes de la época y reveló la respuesta: las estrellas no eran como la Tierra. Su composición, dominada por hidrógeno y helio, transformó para siempre nuestra comprensión del cosmos.
Por Infobae
El nombre de esta pionera era Cecilia Payne-Gaposchkin, una joven inglesa que, enfrentándose a prejuicios de género y escepticismo académico, demostró que los elementos más ligeros del universo constituían la mayor parte de las estrellas. Su descubrimiento no solo desbarató teorías erróneas profundamente arraigadas, sino que también sentó las bases de la astrofísica moderna.
Aunque en su momento su tesis fue recibida con frialdad, en las décadas posteriores su trabajo se convirtió en una obra fundamental. Hoy, su legado no solo inspira a científicos, sino que simboliza la valentía necesaria para desafiar el status quo, tanto en el ámbito académico como en la lucha por la equidad de género en la ciencia.
La revelación que cambió la astrofísica
En 1923, Payne llegó a los Estados Unidos desde Inglaterra para estudiar en el Observatorio de Harvard, uno de los pocos lugares donde las mujeres podían participar activamente en la investigación astronómica. Hasta entonces, la mayoría de los astrónomos creían que las estrellas estaban hechas de los mismos elementos que componen la Tierra, basándose en similitudes observadas en espectros estelares.
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