Ahí se alzó un árbol. ¡Oh, ascensión pura!
¡Oh, alto árbol al oído! ¡Oh!, canta Orfeo
y calló todo, y de ese silenciarse
surgió un nuevo inicio, seña y cambio.
Del silencio llegaron, desde el claro
bosque, libre de lechos y de nidos,
los animales –que no por astucia
ni por miedo callados se encontraban–,
para oírlo. Bramar, gritar, ya poco
era en su corazón, y, donde había
para acoger sólo un escaso abrigo
al oscuro deseo, con su entrada
de postes temblorosos, ahí creaste
para ellos en su escucha un templo.
Otto María Rilke
“Si es urgente, ya es tarde”
Talleyrand
En un rápido intercambio sobre la vida y el “progreso” que me permití con mi hija médico e investigadora que vive en Estados Unidos, ella creyente ferviente y yo crítico de ese “progreso», le decía o preguntaba adónde nos ha traído ese “progreso” que como un Dios se ha erigido y convertido la idea de cultura en una suerte de ejercicio de opresa vanidad del hombre.
La ciencia es el mayor orgullo del ser humano probablemente. Es y ha sido capital para la vida, la creación y multiplicación de bienes, recursos, instrumentos, equipos, asistentes y pronto ductores de robótica, química para las enfermedades, hallazgos en la naturaleza, descubrimientos de los centros de investigación, transformaciones, transportaciones, pero también lo ha sido y lo es para la muerte y basta ver los partes de guerra y las constantes innovaciones militares y el cinismo de sus promotores e investigadores.
Estoy saliendo, eso espero, de una nueva experiencia de COVID, la cuarta en 5 años, y muy probablemente el fulano virus fue creado por la ciencia misma. Cabe preguntarse por el ébola y otros más que a diario aparecen. ¿Qué más se puede decir? Viene a cuento esa frase tan poco usada en la interactuación, pero más en la literatura: “El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla”.
Siento este tiempo que pretende la metamorfosis de la cosmogonía y debo más que aceptar en la evidencia, asumir en la existencia, repito, cabe una programación de la humanidad, de su cada uno, de su liderazgo que, como nunca, será el responsable del “cambio de dirección”, para ganarle la batalla a ese mundo que amenaza la vida, la supervivencia; al destino que, como no se fragua solo, cuenta con el azar que nos incorpora. Un final anunciado puede y debe ser superado.
Para torcer ese sino es menester cambiar nuestro pensamiento civilizatorio. Viene a mi memoria, más frecuente de lo que me gustaría, la novela de Voltaire Cándido y ese forcejeo constante entre Pangloss y Martin, entre el optimismo como emoción y la fatua verdad que se impone, a la que preferimos no seguir, pero sí invocar una y otra vez y ese libre albedrio, que es más bien pesimismo. La esperanza no solo es fe. Es razonable y se construye en el corazón y la razón.
Hay que romper entonces ese ciclo del eterno retorno que nos condena y en eso ha de consistir el salto cultural y civilizatorio, para ir hacia la evolución no solo darwiniana sino cristiana, que no solo es para los occidentales, sino que debe ser aceptado, compartido y perseguido por los que no siendo occidentales de pensamiento son consciencia compartida de humanidad.
Me permito ahora retomar el final de la entrega anterior para continuar mi reflexión: “Una nueva civilización en la libertad, la unidad y otra soberanía por responsabilidad.
Hannah Arendt nos mostró que la esencia humana, la vida, se reinicia en cada nacimiento. El juego consiste en empezar de nuevo. No se trata del “eterno retorno” de los estoicos o de Nietzsche, sino del más profundo golpe de timón que para sobrevivir debe cumplir el género humano, después de la modernidad. Se trata de crear otro mundo o perecer en este.
En efecto, hay -y lo he mencionado con frecuencia- una toma de consciencia en curso sobre el peligro de que Nietzsche tenga razón e “Incipit Tragoedia”, pero lo que me viene al espíritu es, como me hacía ver hace poco uno de mis dilectos afectos, la Dra. Carmen Dianora Díaz Chacín, “una experiencia a la cual analizar y comprender, para entenderla, auscultarla y convertirla en una orientación de la vida”.
Tomar consciencia es pensar, pero atento a la realidad, a lo que podemos hacer y debemos también. Comencemos por decir que nuestro modo de vida actual nos lleva a la extinción de la vida, de la creación de Dios y el que no sea creyente admitirá que hay y hubo una naturaleza y buena parte de esa naturaleza ya no es.
Es cierto que eso que llamamos transformación y ascenso nos elevó continuamente, conociéndose otro hito en esa impresionante progresión en los últimos dos siglos y particularmente en este siglo XXI que ojalá no sea el último, sino que sea más bien capaz de un nuevo alumbramiento de las ideas de la modernidad que -y por ello se pervirtió- supuso vivir en libertad; empero, privilegió un sistema económico inclinado a estimular, a incentivar un compulsivo consumismo, que agota la naturaleza y nos condena.
Acumular, sumar, atesorar se convirtió más allá del consumo frívolo, disipado, en confundir la riqueza de las formas, de los desplantes sensoriales y de los escapes espirituales para vivir en el metaverso, trastocando la verdad a la ilusión o a la mórbida sensación que a la postre nos ha privado de la estética de la vida misma, como quizá pensó Nietzsche.
Decía un constitucionalista francés, Georges Burdeau, que, “la libertad solo es posible en el orden” y de eso se trata, hay que concebir, decidir, imponer, hacer realidad y controlar un nuevo orden civilizatorio, un mundo verde y para la vida. Evolucionemos hacia la libertad del espíritu de la vida si queremos seguir viviendo.
El Estado es otra clave de bóveda
Empero, no es sencillo el giro. Son variadas las resistencias a las transformaciones y cambios. Los intereses económicos, para empezar, que conllevan movimientos siempre más inclinados a mantener ganancias que a cualquier otra cosa.
Los grupos políticos que solo están pensando en su reelección o en sus apoyos y, me refiero no únicamente, pero sí, en el primer mundo que llamaré por recurso retórico, el mundo rico, rico con ese modelo, con el sistema económico que precisamente hay que dejar atrás. Ese del capitalismo a rajatablas cuya producción y cuyo consumo nos envenena.
El Estado es normación, pero también el aparato administrativo. Es el gestor formal y predominante de la cosa pública, pero también como habría dicho Esmein: “La representación jurídica de la nación soberana”, y allí entrelazamos con otro autor y actor de esta propuesta, la gente, el elector, el ciudadano, el cuerpo de base político, al que hay que mostrar el asunto y ganar en cuerpo, alma y corazón. La soberanía del Estado es para ofrecer seguridad, certeza y sostenibilidad y a ello debe contraerse.
La dirección societaria, la sociedad civil, las iglesias todas, insisto, están aún sin asumirlo completamente, llamadas a desempeñar un papel esencial en esta cruzada para persuadirnos de que solo hay victoria en la universalidad de la unidad con diversidad. En este ensayo estaríamos todos. Educación religiosa, plural y laica no significa apartar a Dios sino asumirlo, en la dimensión del amor que nos impulsa y exige disciplina en la unidad por la supervivencia de la criatura humana y de la creación como nuestro bien a proteger y mantener.
La alteridad es el principio porque solo el hombre cambia al hombre y ese cambio es educativo, en la pluralidad, sin embargo.
Las reorientaciones se alcanzan con ese tesoro al que se refería la Unesco a la espera del siglo XX, siguiendo al llamado informe Delors. Hoy más que nunca se patentiza aquello de que la educación transforma al animal que somos en los seres humanos que seremos. Siempre recuerdo y comento con mis alumnos que inician los estudios de las Ciencias Jurídicas y Políticas de mi Universidad Central de Venezuela, al español Fernando Savater y a su producción ético-literaria y, en esa abundante y nutritiva colección destaco, entre otras, ese texto tan claro y pedagógico “El valor de educar”.
Somos todos a la postre un ser humano y ese es otro de los códigos deontológicos a revisar. Individuos somos y seremos, pero en comunidad que, por cierto, nos advierte que también hemos de ser ponderados y comunitarios. Ya decía Aristóteles, “Nada en demasía”.
¿Qué es importante? ¿Para qué sirve lo que hay y por qué, es lo que hay que hacer? Referenciar Valores sociales, valores humanos, reconceptualización del concepto de humanidad fomentando la comunidad, la reunión del ser humano, de todos y no de algunos, logrando identificar y aprovechar distinguiendo, como decía ese intelectual español, Agapito Maestre, “Lo común nace de lo diferente”.
La tecnología, no obstante, se sincretiza con la cultura y viceversa y ya modela nuestras vidas; reorientémosla a ella, pero desde la base, desde el pensamiento y la acción diaria cotidiana, rutinaria.
Construir desde el celular que ya el niño confronta sin saber por qué y para qué, pero que capta y domina más que tempranamente. Ese mensaje es la combinación de su narrativa.
La casa, la escuela, los juegos de video, la oferta de internet, la universidad, la fábrica, el hospital, la universidad, transporte, despacho, forman al ser humano y lo hacen en la normalidad que incluye las contingencias de la vida. Allí hay que ir, a educar, a llevar contenidos, a elevar la concientización sin por ello desconocer la libertad de consciencia.
En el fondo informar, formar, enseñar es redimir y como tal debemos incardinarnos, con la producción y el consumo, identificando lo necesario para superar las necesidades, lo que comemos y bebemos, industria nueva por producción sostenible y consumo mesurado.
¿Y la responsabilidad?
Inmunidad de manada, de rebaño, llamaron los “infectólogos” que lidiaron con la crisis del COVID-19 al objetivo que en tiempo récord atajó la mayor pandemia que se padeció en un siglo aproximadamente y que resultó mucho mejor tratada y sometida de lo que pudo hacerse con la gripe española gravosamente más mortífera.
Esa fue la más brillante acción del colectivo humanitario de la historia y no se le ha dado, quizás es muy temprano, toda su importancia. El éxito provino de la reunión de la voluntad pública y privada, de la económica, de la educativa, de los medios, del laboratorio, del liderazgo con reticencias de algunos, pero con el alto vuelo y comprensión de otros.
Médicos, investigadores, iglesias, poco a poco se fueron convenciendo e integrando y entendiendo que la inmunología es la ciencia médica que puede salvar al rebaño. En tanto en cuanto, el rebaño ponga de su parte toda la colaboración.
Hemos dicho que la responsabilidad es de todos y nos referimos a que estamos envueltos viviendo para vivir o morir viviendo para terminar muriendo. Un nuevo paradigma diría el profesor Thomas Kuhn debe guiarnos y se llama la autolimitación.
Hans Jonas en su texto El principio de responsabilidad, reconocido por muchos filósofos, juristas y académicos como una obra maestra, nos ilustra sobre la prevención y la precaución. La ciencia avanza como un Bulldozer, pero el cotejo, el escrutinio de su producción, no siempre se detiene a evaluar lo que el progreso trae en sus alforjas, no sea radiactividad o perniciosa huella de desconocidos patógenos o agentes que solivianten el modelado de nuestro ya signado hábitat planetario al final. Fukushima, entre otros desastres naturales, se suman a Chernóbil, pero hay muchos menos publicitados, no por ello menos destructivos.
Apreciar el enorme peso gravitacional del clic que aprueba y el que no, pasa por un auténtico reciclaje del consumidor y de aquel otro que para producir también consume.
Reciclarnos nosotros es fundar la nueva manera de pensar y de abordar la civilización que ha de venir. La sustancia de la lege ferenda, en suma.
Una organización internacional del derecho a la vida ha de crearse
A riesgo de lucir repetitivo, menciono que las alianzas es otra de las ecuaciones a despejar en esta cruzada. El desafío, otra concepción de la soberanía y la imaginación atrevida, es preferible a un conservadurismo liberal como ese que se ha desnudado desde la Conferencia de París sobre el Cambio Climático y sus episódicas reproducciones. Prometemos o ambicionamos mucho, pero hacemos poco o muy tarde, lo que termina por conservar demasiado. Le referiré brevemente de seguidas.
Las organizaciones actuales son costosas e ineficientes en su mayoría y las incluyo a todas sin distinguir su naturaleza y áreas de cobertura y ello es algo a revisar y no solo es por el dispendio sino porque es inestimable, impajaritable que pierdan desprestigio para acometer la tarea pendiente.
Hablo crudamente porque terminó el tiempo no de las sutilezas, pero sí de los eufemismos. En efecto, hay que agregar la entidad, poder, control a las acciones y a los compromisos de los Estados y de las organizaciones internacionales y para ello, será indispensable derivar hacia otra ingeniería constitucional, legal y comunitaria. Hacia otra perspectiva de la soberanía y de la ciudadanía que nos impulsa a reinventarnos para superar lo que nos muestra el “radar de advertencia”.
A ustedes lectores, mis disculpas, aunque resumí bastante a riesgo de dejar flancos desguarnecidos, se hicieron largas estas letras.
¡Feliz año 2025!
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