El día después de la coronación fraudulenta de Nicolás Maduro, presidente de facto y del terror, los venezolanos de dentro y de fuera vivieron lo que en su tierra llaman “ratón” (resaca), pero de carácter existencial. Algo parecido a un estado de desolación, de duelo nacional, tras el golpe de Estado al mejor estilo revolucionario.
Por: El Mundo
Las fuerzas militares y policiales, incluidas las fuerzas especiales, se han mantenido en las calles este sábado en tono amenazante. Las fronteras también siguen cerradas, pese a la timorata molestia colombiana; el espacio aéreo vigilado de forma estricta, tras la demostración de músculo guerrero con la activación del sistema de misiles llevada a cabo este viernes; Internet, TikTok y Telegram bloqueados durante varias horas y los intelectuales orgánicos, aquellos que tanto gustaban a los dictadores Francisco Franco y Fidel Castro, empeñados en desparramar sus discursos “democráticos” en la pantomima chavista de los llamados congresos antifascistas.
“Hemos derrotado al estigma de la traición, no ha habido ni habrá traición al pueblo”, se congratuló Maduro junto a los otros dictadores de América Latina. Los militares decidieron mantenerse al lado del poder y de la corrupción bolivariana y desoír las órdenes de su verdadero comandante en jefe, Edmundo González Urrutia, quien, si se hubiera respetado a la soberanía popular, sería hoy el inquilino del Palacio de Miraflores. El tantas veces prometido aterrizaje en Caracas no se llevó a cabo, imposible sin la connivencia de militares democráticos desde el interior de Venezuela.
Los mensajes de ánimo del pueblo abatido no surgieron con facilidad, pesaban tanto como Maduro y su mensaje “indestructible”, como aquella salsa de Ray Barretto que tanto gusta al hijo de Chávez y que tantas veces baila con su torpeza habitual. “Hay decepción, derrotismo y resignación, es como un duelo generalizado. El estado de ánimo nacional va a depender mucho de los próximos anuncios de María Corina Machado. En mi opinión, hay que avanzar a una articulación mayor, con lógica de resistencia clandestina”, explica a EL MUNDO Rafael Uzcátegui, director del Laboratorio de Paz.
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