Seis décadas atrás, nuestro país reunía las mejores condiciones de bienestar social del continente. El acceso de sus ciudadanos a la educación y la salud eran prioridad del Estado, la economía crecía 7.5% interanualmente, la inflación no superaba 2% anual y la democracia, cumplida su primera década, ya era una institución. Cada cinco años se celebraba la elección de los poderes públicos.
El 1 de diciembre de 1968 fue fijado por el Consejo Supremo Electoral (CSE) como el día para la votación del nuevo presidente de la República. El partido gobernante, Acción Democrática, postuló como candidato al doctor Gonzalo Barrios, lucia como contendor principal el doctor Rafael Caldera del partido Copei y eran también aspirantes el maestro Luis Beltrán Prieto del MEP y el doctor Miguel Ángel Burelli Rivas por URD.
La campaña electoral y el acto de votación se desarrollaron con total civismo y normalidad, no obstante que aún subsistían aislados focos de la actividad guerrillera que, desde inicios de la década, había intentado inútilmente subvertir el orden democrático.
Un episodio cuantitativo iba a poner a prueba la entereza de la joven democracia. Concluidos los comicios y con el escrutinio nacional de los votos en poder del CSE, el resultado arrojó una muy delgada diferencia a favor del candidato opositor Rafael Caldera. El CSE ordenó las revisiones de rigor y, como resultado, se corroboró una ventaja estrecha pero firme de 32.906 votos: Rafel Caldera, 1.083.712 vs. Gonzalo Barrios, 1.050.806.
El candidato oficialista, Gonzalo Barrios la aceptó y, con la agudeza que lo caracterizaba, sentenció: “Prefiero una derrota dudosa, que una victoria sospechosa”. Por su parte, Rómulo Betancourt, líder máximo de Acción democrática, ratificando su conocida prédica por la alternabilidad democrática, afirmó: “Hasta por un voto de diferencia en contra nuestra aceptaríamos el resultado”.
Eran nuestros héroes del civismo, valientes, con el coraje necesario para aceptar un descalabro y levantarse de nuevo, ajenos a la cobardía de apelar a la fuerza para torcer la voluntad popular…