Cuando hace tres meses Celine Dion sorprendió al mundo con la dura noticia de que padece una rara enfermedad neurológica e incurable llamada Síndrome de la Persona Rígida (SPR) –y “que afecta a una persona por millón”–, sus fans comprendieron el porqué de las cancelaciones de shows que se habían repetido desde fines de 2021. También, y con tristeza, que no iba a ser fácil volver a ver a la leyenda canadiense cantando en un concierto.
Por infobae.com
“Hola a todos, siento haber tardado tanto en ponerme en contacto con ustedes –dijo en el emotivo video que publicó el 8 de diciembre último–. Los extraño mucho y estoy deseando subir al escenario y hablar con ustedes en persona. Como saben, siempre fui un libro abierto y antes no estaba preparada para decir nada, pero ahora sí. He tenido problemas de salud durante mucho tiempo y me ha resultado muy difícil afrontarlos y hablar de todo lo que me ha pasado”.
La reina de la balada contó entonces que había sido diagnosticada con SPR y que, aunque aún estaba aprendiendo sobre la enfermedad junto a su equipo de médicos, al menos ahora sabía la causa de “todos los espasmos que había estado teniendo”. Pocos conocían hasta entonces los efectos del síndrome que los medios internacionales explicaron en sus páginas hasta el hartazgo en los días posteriores al anuncio: el SPR provoca que los músculos se tensen de forma incontrolable e involuntaria hasta dejar a los afectados como “estatuas humanas”, ya que bloquea progresivamente el cuerpo en posturas rígidas que terminan por impedirles caminar o hablar. Y claro, también cantar.
“Tengo un gran equipo de médicos trabajando a mi lado para ayudarme a mejorar y a mis preciosos hijos, que me apoyan y me ayudan –dijo Dion en el video que compartió en su cuenta de Instagram–. Estoy trabajando duro y a diario con mi terapeuta de medicina deportiva para recuperar mi fuerza y capacidad de actuar de nuevo, pero tengo que admitir que ha sido una lucha. Lo único que sé es que cantar es lo que he hecho toda mi vida y lo que más me gusta hacer. Los extraño mucho. Extraño verlos desde el escenario al actuar para ustedes”.
Esos “preciosos hijos” de los que hablaba la artista son René-Charles, de 21 años, y los mellizos Eddy y Nelson, de 12, son fruto de su pareja de más de tres décadas con el amor de su vida, el productor René Angélil –que murió de cáncer de garganta en 2016–, y los tuvo después de años de batallar contra problemas de fertilidad. Según reveló una fuente cercana a Dion al Us Weekly, ellos “fueron su roca” desde que comenzaron los síntomas de su enfermedad. “René Charles vive pendiente de cuidarla y mimarla, y los mellizos son tremendamente maduros para su edad”.
Lo último no es extraño: Eddy –bautizado así en homenaje al ídolo de la canción francesa Eddy Marnais– y Nelson –por Mandela–, tienen exactamente la misma edad que Celine cuando compuso su primer tema en colaboración con su madre, Thérèse –un ama de casa descendiente de franceses y aficionada por la música– y Jacques –uno de sus trece hermanos mayores–.
La canción se llamaba Ce n’était qu’un rêve –que en el francés natal de Dion significa “No fue más que un sueño”– y otro de sus hermanos, Michel, en cuyo casamiento la artista había debutado en público con sólo 10 años, se apuró a mandarle el demo a René Angélil, a quien descubrió en los créditos de un álbum de Ginette Reno. Los Dion siempre habían sido una familia musical. De hecho, el nombre de Celine fue elegido por la canción homónima que Hugues Aufray había grabado dos años antes de su nacimiento –el 30 de marzo de 1968, en Charlemagne, Quebec–.
El mito dice que un Angélil de 38 años se conmovió hasta las lágrimas al oír la voz potente y aterciopelada de la niña soprano y que ese mismo día decidió convertirla en una estrella. Tanto, que en 1981 hipotecó su propia casa para financiar La voix du bon Dieu, su primer disco, que se convirtió en un hit instantáneo.
La beba que había dormido en un cajón porque su padre carnicero apenas llegaba a alimentar a su familia numerosa, la adolescente que aún sufría bullying en el colegio por su delgadez extrema y sus colmillos que hacía que la llamaran “el vampiro” ya había cambiado su suerte y la de su familia. Era la estrella que había soñado Angélil la tarde en que la escuchó por primera vez y terminaría de convencerse de su destino después de ver un recital de Michael Jackson. “Yo quiero ser como él”, le dijo a quien aún era sólo su productor aunque ella ya lo adorara secretamente.
En esos años, Angélil guió el ascenso de su carrera entre el público francófono mientras la impulsó a estudiar inglés para entrar al mercado angloparlante. Divorciado de su segunda mujer, viajó a Las Vegas, la ciudad que años más tarde se volvería una meca para su protegida. En su biografía, Mi historia, mi sueño (2000), la diva cuenta que guardaba una foto de su entonces manager bajo la almohada, al resguardo de su madre que la acompañó a Montreal para que tomara clases de baile y canto.
Angélil hacía lo posible por evitarla, pero lo que sentía por él era más inocultable que la foto: “Cada vez podía esconderme menos el hecho de que estaba enamorada de René. Tenía todos los síntomas. Estaba enamorada de un hombre que no podía amar, que no quería que yo lo amara y no quería amarme”.
Thérèse, que compartía cuarto con su hija en cada gira, comenzó a preocuparse. Aunque Celine ya era mayor de edad, René le llevaba 26 años y se había separado dos veces. Pero ella estaba dispuesta a defender su amor: “No soy menor y este es un país libre. Nadie tiene derecho a decirme a quién amar”, repetía la cantante.
Recién en 1988, cuando Dion ganó el popular concurso Eurovisión en Dublín, Angélil cedió a los deseos de Celine. Ella ya tenía 20 años y entonces, sí, hicieron público su romance ante su familia y amigos más íntimos. Su historia de amor sólo trascendería en los medios en 1992, cuando una ya consagrada Celine se lo contó conmovida a la periodista Lise Payette. Un año después, la pareja se comprometió. Fue hace exactos treinta años, el 30 de marzo de 1993, el día en que la estrella cumplió 25.
Ella estaba presentando The colour of my love, un álbum que sigue siendo hoy uno de los más vendidos de todos los tiempos, con más de 20 millones de copias en todo el mundo y éxitos como The power of love, When I fall in love y Think Twice. La dedicatoria era para Angélil, el verdadero color de su amor. Se casaron el 17 de diciembre de 1994 en la basílica de Notre-Dame en Montreal, la misma en la que lo despediría junto a sus tres hijos 21 años más tarde, el 22 de enero de 2016.
Su viaje juntos había incluido cinco Grammys, la residencia en Las Vegas de mayor recaudación y duración de la historia (la cerró en 2021 después de 16 años) y tours con récord de público y taquilla, como Taking Chances (2008-2009), la llegada del corte de Titanic (My heart will go on, 1997) al podio de las carteleras de 25 países, y temas en por lo menos diez idiomas (hasta japonés y chino mandarín), además de una búsqueda de más de una década para concebir juntos. Lo lograron después de más de siete procedimientos y dos intervenciones quirúrgicas Primero en 2001, con la llegada de René-Charles, y nueve años más tarde –y tras perder varios embarazos–, con el nacimiento de los mellizos.
“Fue el primer y el único hombre que me besó. Fue el hombre de mi vida, mi compañero… Éramos uno. Tal vez por eso cuando se fue, cuando dejó de sufrir, me dije que estaba bien, que no merecía seguir sufriendo. Pero lo amo. Todavía estoy enamorada de él, aunque mi vida no está vacía de amor: tengo a mis hijos y a mi público. Sin embargo, antes de dormir, imagino que está a mi lado, que me acuesto con él, que seguimos casados…”, confió ella tras su muerte y casi dos años de hiato en sus conciertos para acompañar su lucha y su agonía.
A los 47 años, la suya era una viudez absoluta, total. No sólo había perdido a su marido sino a su mentor y compañero, el hombre que le había sostenido la mano izquierda tras bambalinas y con la luz apagada en cada show desde que tenía memoria. Había vuelto a los escenarios por pedido de René antes de su muerte, pero él estaba demasiado débil para apretarle la mano detrás del telón. Por eso mandó a tomarle las medidas para hacer una réplica de esa mano en bronce que luego hizo bañar en oro.
René ya no estaba, pero su mano dorada seguía ahí para guiarla, desde un sencillo pedestal en su mansión de Las Vegas –tiene varias en Canadá, Estados Unidos y Europa y es famosa por sus excentricidades y su fascinación por la decoración y la arquitectura–, la ciudad en la que fueron más felices y donde renovaron sus votos matrimoniales en 2000.
Esa mano es la misma que la sostiene hoy en su momento más difícil. Optimista como fue siempre, necesita probarle a René como antes que puede seguir adelante sin él y también que volverá a hacer “lo único que sabe”, cantar para sus fans en todo el mundo que hoy esperan con ansia sus shows reprogramados para 2024.